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Para hablar hoy de medios locales, en particular, no podemos olvidar que la industria mediática, en general, actúa como “una bestia descomunal, estúpida y lenta, que sabe muy poco sobre sus amenazas y su entorno”, en palabras de Joshua Topolsky, cofundador de The Verge / Vox Media, cuyo periodismo cubre la intersección entre tecnología, ciencia, arte y cultura.
En lo que va del siglo XXI la disrupción digital transformó los usos sociales y los consumos individuales de los medios −cada vez más mediados por la participación en redes sociales−, así como las modalidades del aprendizaje humano. Como advirtió Prieto Castillo: “la comunicación ha estallado en todas direcciones y ocupa un espacio que apenas si era incipiente cuando asomaron las tecnologías analógicas”.
Sin embargo, aunque la idea de “medio local”, venida del viejo mundo analógico, requiera una profunda renovación, numerosas expresiones y acciones de medios, iglesias, partidos políticos, asociaciones profesionales, sindicatos, entidades educativas y grupos civiles, parecen no haberse percatado de que hace más de tres lustros salimos del siglo XX y sus referentes analógicos. En otras palabras, los medios locales de hoy no son los medios locales de tu papá. Y es muy probable que ni siquiera sean los de tu infancia.
Solíamos tener un sistema mediático analógico relativamente estable, basado en escasez y localización física, en el cual grandes intereses políticos y económicos hegemónicos podían concentrar y controlar inmensas porciones de lo que leíamos, escuchábamos y veíamos, porque era comparativamente sencillo mantener pocos medios masivos cuyos costos de producción impedían la presencia de numerosos actores, aún si existían garantías constitucionales de ejercicio de la libertad de expresión y la posibilidad de fundar medios.
Ante esa barrera, a mediados del siglo XX se iniciaron movimientos sociales y mediáticos que intentaron ir contra la corriente y dieron lugar a una rica diversidad de medios locales, alternativos/alterativos del orden mundial de la comunicación y la información, mientras se aspiraba a la democratización general de los sistemas mediáticos nacionales por vía de políticas de comunicación defensoras del derecho a la comunicación y la expresión como derechos humanos fundamentales.
Para fines del siglo XX estaba claro que la mayoría de prácticas y reglamentos de radiodifusión en el mundo no contaban con un “entorno propicio” para una radiodifusión libre, independiente y pluralista, capaz de dar voz a las personas y reclamar la rendición de cuentas de los gobiernos. Y la razón era (y sigue siendo en muchos sentidos), que un entorno mediático saludable requiere la convivencia equilibrada de sectores de servicio público, comunitario, sin fines de lucro, y comercial privado.
La dimensión más profunda de la revolución digital es, probablemente, haber dado origen a medios realmente interactivos, basados en redes tecno-sociales que dependen de herramientas de software.
Dispositivos móviles inteligentes, redes sociales, correo electrónico, blogs y sitios Web personalizados, entre otros recursos, no existían tan solo hace unos pocos años; pero hoy casi la mitad de la población del planeta tiene al menos acceso a Internet.
Los medios sociales incluyen todos los servicios de comunicación electrónica, incluyendo cualquier uso de tecnología basada en Internet, para circular mensajes mediante la interacción que ocurre en línea y permite crear comunidades para compartir todo tipo de información y contenidos.
En consecuencia, un medio local apoyado en redes sociales y aplicaciones móviles podría encarnar hoy el ideal democratizador de los “medios alternativos” analógicos, pues las reivindicaciones de la comunicación como derecho humano siguen siendo vigentes y pertinentes.
Veamos cómo una docena de nuevas referencias transforma cada día este paisaje en el cual se mueven hoy los medios locales.
Transformar el conocimiento cívico en acción cívica, como una parte esencial de la democracia basada en empoderamiento comunitario, es lo que se propone el Centro para Medios Cívicos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Más allá del “periodismo ciudadano”, los medios cívicos incluyen toda forma de comunicación que fortalezca los lazos sociales dentro de una comunidad o cree un sentido fuerte de participación cívica entre sus residentes.
En ese sentido, van más allá de la creación de contenido noticioso y reportería, e incluyen desde tecnologías para organizar manifestaciones callejeras, hasta sistemas de telefonía y mensajería de textos que permiten llevar a cabo sofisticadas votaciones instantáneas en actividades cotidianas.
Al ayudar a proveer a la gente las habilidades necesarias para procesar, evaluar y actuar a partir de la circulación de información, los medios cívicos garantizan la diversidad de aportes y el respeto mutuo necesarios para la deliberación democrática.
En un mundo digital marcado por la movilidad, un reto adicional para el ejercicio del periodismo es el uso creciente de comunicaciones sincrónicas, principalmente basadas en mensajería y chat (Whatsapp, por ejemplo), o en video (como Snapchat).
El resultado no solo es, como analiza Stowe Boyd, que seamos móviles en dispositivos móviles, sino que nos volvemos discontinuos: es probable que nuestro trabajo se divida en muchos lapsos cortos, y es menos probable, en consecuencia, que leamos o escribamos formatos largos en dispositivos móviles.
No es coincidencia, entonces, que The New York Times haya analizado a fondo los conflictos de valores que ocurren en el nuevo entorno de las noticias digitales. Una reciente etnografía noticiosa de ese diario describe cómo tres valores emergentes están reordenando los procesos fundamentales de la producción de noticias: la inmediatez, la interactividad y la participación ahora juegan un papel protagónico como nunca antes, y crean enfrentamientos entre lo antiguo y lo nuevo, porque provienen de prácticas sociales, presiones y normas ya en juego dentro de las salas de redacción digital.
La inmediatez nos fuerza a los periodistas digitales a trabajar en un entorno permanente de plazo límite (deadline); un mundo de “lo antes posible”; de periodismo para ahora mismo, no para aparecer impreso mañana, que fue inaugurado por el ciclo de 24 horas de CNN.
La interactividad, inspirada por la inmersión permanente de los usuarios en el entorno de la Web, trae nuevos tipos de especialidades a la sala de redacción (medios sociales, analítica web, marketing digital, datos, infografía...), pero también les demanda nuevas capacidades a los ya recargados periodistas tradicionales.
A su vez, la participación (engagement) entre el medio y su audiencia, se modifica y renueva gracias a los medios sociales, de manera que los ejecutivos de ventas aspiran a crear oportunidades de desarrollo de marca e imagen corporativa, mientras los periodistas buscan maneras de conocer mejor e interactuar realmente con sus lectores.
Por supuesto, no es sencillo venir del mundo analógico, adaptarse a los retos digitales y modificar los procesos de trabajo, todo al mismo tiempo. Pero hay cinco lecciones que los medios tradicionales en Estados Unidos están aprendiendo en su transición forzada o ya aplican cuando se trata de medios digitales nativos que han reinventado las salas de redacción:
En el horizonte del nuevo mundo del “Con”, otros cambios sociales profundos se perfilan: el conocimiento y el aprendizaje son co-creados en una relación igualitaria de profesionales y prosumidores. Las organizaciones funcionan como redes o asociaciones. La autoridad se distribuye y se obtiene de una relación entre pares. Las soluciones se coproducen y se negocian. La política es nuestra propia voz en conversaciones y argumentaciones. Y el valor del medio se crea a través de la interacción con sus usuarios y se establece a través de ella. ¡Menudo reto tenemos por delante!
Carlos Eduardo Cortés S. es periodista digital en Univision Communications Inc. Las ideas expresadas en este artículo pertenecen exclusivamente al autor y no representan la visión de Univision.
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